domingo, 21 de junio de 2020

No es lo mismo:

Hoy puede que sea la primera vez que termine de escribir sobre lo que mil veces empecé y acabé borrando: Madrid. No, no soy guía turístico ni historiador, para algunos un lugar puede suponer la misma vida, así que les pido un poco de comprensión. Empezaré intentando describir lo que significa para mí; la primera vez que vine fue siendo un niño, otro provinciano más que alucinó al ver una Play Station en la habitación de su hotel, ¿cómo podía ser eso? ¡No la tenía ni en casa! Puede que cenase en el Hard Rock de Colón y ya me sintiese todo un protagonista de las pelis que vería entonces, no quiero pensar en la chapa que debí darles a mis amigos cuando volviese al colegio. Años más tarde, cuando tocaba decidir qué carrera estudiar (si, tambien fue una decisión que me costó casi tanto como cuando no sé si comprar Frosties o Chocos, pero a veces la vida sólo puedes escoger una opción), acabé en Madrid. De repente se me abrió todo un espectro de posibilidades, pasé de tener todo compañeros de clase que competían por ver quién se tiraba el pedo más grande a ir a otras aulas con chicas que jamás hubiera imaginado, no pretendo ser frívolo, pero el cambio fue brusco y cuando dejas tu casa y pasas a tener una libertad absoluta, es importante tener la cabeza sobre los hombros, algo que hubiera sido imposible si no hubiera aprendido tanto en Zaragoza. En mis años en Madrid, de los 18 a los 30, en los que nunca terminé de dejar Zaragoza, fui terminando de moldear quién soy ahora. Son los años en los que terminas de crecer (al menos fisicamente), crees que aprendes, te la pegas, aprendes, te enamoras, se desenamoran de ti, vuelves a aprender, te cierras, te abres, esperas que esa cremallera siga funcionando toda la vida… y así vas tirando. 

Podría escribir un libro con los sitios que más me gustan de Madrid, describiendo lo que sería un día perfecto, pero tampoco es cuestión de hacerlo aquí. Me gustaría que alguien llegase hasta el final de esto, incluso yo. Para mi, Madrid es un sitio que tiene que tiene muchas cosas, buenas y malas. Uno intenta quedarse con los que más le gustan, tal vez porque están concebidos por una mentalidad que me entusiasma y motiva bastante. Hace poco me di cuenta cuando a alguien le dije que si volvía definitivamente a Zaragoza, dejaría de boxear. Su respuesta fue automática: hombre, en Zaragoza habrá algún sitio donde puedas seguir boxeando. “No es lo mismo” añadí yo. Más que nada porque a veces te das cuenta que dos cosas por llamarse igual o ser teóricamente lo mismo, no lo son. En ese gimnasio, quizás por con quién he coincidido, he aprendido y me ha ayudado a saber cómo y quién me gustaría ser. De ahí mi respuesta. 
Pero no quiero confundir a nadie, Madrid no es sólo cenar en sitios buenos o ir al Bernabeu, tambien hay gilipollas y muchos, gente deseando saltar sobre ti. La ambición (en el sentido light de la palabra), la incapacidad para rendirse o la intensidad de cómo se vive, si sabe hacerse, son algo que me gusta. Todo eso tambien tiene un límite, lo sé, nadie ha corrido más que yo por metros, cercanías, se ha subido al AVE prácticamente en marcha o sigue sufriendo por no conseguir lo que quería. Tengo un amigo que decía que esta ciudad era NY en versión reducida. En el fondo tiene mucha razón, a veces te hace sentirte como Don Draper en un piso escandalosamente alto de un edificio del Midtown, donde puedes observar el mundo a tu alcance, pero que si te despistas un poco, al día siguiente te manda para casa y te encuentras echándole Vodka al zumo de naranja. 

Zaragoza me da lo que Madrid no. Familia, serenidad, más trabajo (o más cerca), amigos… la mayoría de las cosas más fáciles, baratas o cerca. Cosas que no son baladí, porque estos años las he echado mucho en falta. Pero en la vida hay que terminar de decidirse, Borja. Ya no puedes tomarte los Chocos con Frosties en el mismo tazón. No podemos llevarnos la gente de una ciudad a otra, lo de en medio creo que tampoco vale porque son pueblos de Soria. 

Hoy, en última semana de estado de alarma en España, vuelvo a Madrid, me siento en mi terraza favorita, me pido lo de siempre, porque es lo que me gusta, ya innovaré otro día. Hoy sólo quiero recordar solo. Aclarar pensamientos y sentimientos, para seguir más confuso. Al final me doy cuenta de dos cosas; sigo sin escribir sobre lo que Madrid me hace sentir y que Lennon llevaba razón en eso de que la vida es eso que sucede mientras tú haces tus planes. Yo no los tengo.


lunes, 8 de julio de 2019

La isla

Nada más llegar al hotel donde se celebraba el curso, se acercó a saludar a la persona que le había invitado y también aprovechó para saludar a la ponente. Cruzaron algunas palabras hasta que fue entrando más gente. En ese momento aprovechó para servirse un café. Sabía que el día iba a ser largo. El curso fue bien, tenía interés en que así fuera y en las pausas, donde todo el mundo aprovecha para sacar a relucir sus logros profesionales, él se limitó a hacer como que les escuchaba. Una vez agotado el tema profesional llegaban las típicas preguntas :

  • ¿Qué vas a hacer este finde? 

Fue entonces cuando él, con simpleza, como si fuera algo cotidiano contestó:

  • Formentera” 

En ese momento es como si un técnico del hotel hubiera subido la intensidad de los focos y apuntase hacia él. Por dentro sonaban tambores de playa, por fuera aprovechaba para darle un sorbo a su segundo café. 

Horas más tarde comenzaba el viaje. Conocía todo el paisaje que llegaba a alcanzar a través de la ventana. Solo con mirar sabía si el tren iba puntual o podía llegar con retraso. Estaba algo nervioso, había sido una semana dura, pero sobre todo eran los nervios porque esta vez sabía que su viaje no acababa ahí., ciertos compromisos y casualidades hicieron que esos tres días quedasen ocupados en la agenda de su móvil con un “Formentera”. Al llegar a Madrid pudo observar el mismo caos de siempre, coches pitando, pero esta vez algo menos, había el mismo caos de siempre con un poco más de orden. Aprovechó para visitar a su padre, tomaron algo y decidió comprar algo de cena, pues el viaje solo había hecho que comenzar y sabía que llegaría tarde a la isla, si no mataba el hambre, al menos sería al tiempo.

En el aeropuerto se dio cuenta de que tuvo un choque de sensaciones, por un lado le hacía gracia ver a gente de cualquier parte del mundo, desde alguno que podría pasar por un futbolista, hasta un monje tibetano, pero por otro lado agradecía no tener que viajar frecuentemente en avión, odiaba tener que estar esperando, ya fuera en un aeropuerto o en una estación de metro. Una vez llegado al avión se acomodó y como siempre, se fijó en quienes eran sus compañeros de viaje. Nadie parecía primerizo, todos hablaban de los planes que tenían por delante durante todo el fin de semana y parecían tener barco o servicio esperándoles. Él sabía que no le esperaría un Mercedes a su llegada, solo guardaba incertidumbre por lo que estaba por llegar. Sacó el libro que leía en ese momento para disimularla. El libro era de un conocido suyo que contaba historias de aquella gente que pasó por el Madrid de los 80 y 90, pero que al final no se diferenciaban tanto de los de la época actual. La gente no cambia tanto en esencia, los pecados siguen siendo los mismos, salvo que con menos clase. El libro le hizo distraerse, sentirse protagonista por un rato. Hacía tiempo que no le tocaba ventanilla de modo que, de vez en cuando, miraba como para supervisar cómo iba el viaje. Mientras aun estaba en la península, se preguntó como sería la vida de aquellos pueblos que se veían tan pequeños y sobretodo tan aislados de cualquier núcleo de civilización decente. Se acordó de cuando su personaje favorito de ficción decidió perderse por la America profunda en busca del sentido de su vida y de paso, del anuncio que le consagraría como uno de los mejores creativos de todos los tiempos. Ojalá atreverse a hacer lo mismo, sin avisar a nadie, levantarte un día dejar todo sin acabar ni apagar, para poder salir del bucle y ya de paso, del rebaño. Después de pensar en todo eso, ya estaba prácticamente llegando a Ibiza. Todavía era de día, pero en el lado Este de la isla, ya no llegaban los últimos rayos de Sol y se podían observar las primeras luces artificiales de las casas más pegadas a la costa. Era fácil imaginarse en una casa de lujo viendo como el día llegaba a su fin. Aunque si hubiera podido elegir, se cambiaría por cualquiera de los veleros que estaban fondeados frente a la costa, aquellos barcos no tendrían las comodidades de una gran villa, pero podrían presumir de estar dentro del cuadro. Durante la aproximación, observó como un torbellino en el agua, era como si de repente el mar se hubiera tragado un barco ¿era real o simplemente imaginaciones? Al no ver ningún barco auxiliando lo achacó a algún fenómeno desconocido para él, resultaba más fácil eso que asociarlo a una señal de aviso de las que su conciencia le daba de vez en cuando. 
A la mañana siguiente le despertó el sol a una hora bastante temprana y mientras intentaba volver a dormir, escuchaba una música que provenía de la habitación de al lado. Si no era Ibiza, ¿por qué tenía que parecerlo? Después de desperezarse mientras veía la marisma frente a la habitación y desesperarse de que en el paraíso tampoco iba a descansar, bajó a desayunar. Un desayuno de bar cutre, servido a ritmo isleño y cobrado como si fuera el Ritz. Ya era la segunda mala experiencia del día, por suerte su hermana, decidió que allá donde fueres, haz lo que vieres, así que alquiló un viejo Mehari para moverse por la isla. Tan viejo que la puerta del conductor o no abría o se abría en marcha.

-Oye tío, que esta puerta no se puede abrir.
-No hay cristales, puedes saltar por encima.

El italiano que se lo alquiló le restaba importancia a todo como diciendole “aquí no existen los problemas”. Tras varios kilometros y algún susto, consiguió hacerse con el manejo del coche. Aprovecharon para visitar alguna playa cercana, él, incapaz de estar un rato quieto bajo el sol, decidió dar un paseo. Tan solo playa, algunos turistas intentando broncearse en la orilla y al otro lado barcos que llegaban para pasar el día. Horas más tarde, después de comer, fue a ver a Ferdinand, un buen amigo que también estaba allí ese mismo fin de semana. Pudo quedarse en el hotel esperando a que le recogiera, pero pensó que su 2% de batería en el móvil y el viejo Mehari podrían darle algo de emoción a la aventura que buscaba correr. Por suerte para él, llego sin problema hasta el otro lado de la isla donde se encontraba su amigo. Tomaron algo en un pequeño chiringuito mientras se ponían al día viendo cómo las olas morían en la playa. 

Al poco rato y por muy bonitas que fueran las vistas, ambos deseaban marcharse, pues sabían que el plato fuerte empezaba a coger ritmo en Beso Beach. Él no había estado nunca, pero solo había oído hablar maravillas de allí. Será por eso que cuando llegaron ya había cola para entrar; hubo una situación que le resultó familiar, la de porteros de discochiringuito (en este caso) que ostentaban un poder parecido al de un rey en plena edad medieval. Ellos decidían quién entraba y quién esperaba, chicas guapas que llegaban y les saludaban con un beso en una mejilla mientras acariciaban la otra. Él se acordó de aquella vieja frase “Todo se trata de sexo, excepto el sexo. El sexo se trata de poder” Pasado el rato consiguieron entrar, desinhibirse con las copas y sentirse como si estuvieran en una de las mejores discotecas de Madrid pero sobre arena y con el sol poniéndose detrás de los barcos. Charlaron con gente que ya conocían y pululaba por allí, también con otras desconocidas pero la situación no daba para mucho más. Allí se iba a bailar, beber y ser visto. Cosas del poder. Cuando cerraron, huérfanos de compañía y embriagados por la cantidad de alcohol que habían ingerido, pensaron que ese no podía ser el final. Marcharon a cenar una pizza o algo de aspecto parecido, nada como la mierda para tapar más mierda pensó él, que es como cuando te duele una mano y te dicen que te golpees la pierna para que te deje de doler la primera. Una vez algo más sobrios se pusieron en camino de la Flower Power, al parecer era una fiesta típica de allí -de estética y espíritu hippie- que se realizaba solo tres veces durante el verano. Para llegar tuvieron que cruzar toda la isla en coche, esta vez el camino llevaba por un pequeño puerto de montaña que solo hacía que aumentar las expectativas de lo que encontrarían allí. Nada más llegar al pueblo, pensaron que el trozo de pizza no estaba siendo suficiente como para poder aparentar normalidad y fueron al puesto de bocatas:

-Ponganos dos de lomo, bacon y queso, por favor.
-¡Dos completos para los chicos!

Después de devorarlo como si fuera el deposito de su viejo Mehari, se dirigieron hacia el meollo de la fiesta. Él, empezó a ser consciente antes que su amigo de la mierda de fiesta en la que se encontraban. Miraba a su alrededor y por mucho que buscase, no encontraba nada que le resultase cercano a diversión. Solo había gente mayor o chicas feas, a su lado había un marroquí grabando la fiesta como si estuvieran en los Hamptons, pero para ellos dos era como una verbena de pueblo de la meseta. Ferdinand aún no conseguía que el bocadillo le equilibrase su pH alcoholico y empezaba a desesperarse, fue ahí cuando él, en un momento desesperado por encontrar una salida, la encontró. Eran los ojos de una chica que si estaba pasándoselo bien, sus ojos parecían albergar un misterio y le resultaban totalmente hipnóticos. Ferdinand, al darse cuenta, le animó a acercarse, él lo rechazó en un primer momento, siempre le había costado romper el hielo en ese tipo de situaciones. Su amigo le hizo el favor oportuno, se enfadó con él y le dejó solo ante el peligro. Al no quedarle más remedio, se acercó a ella y se presentó. 

-Hola, ¿qué tal?
-Bien, ¿y tú? Ya pensaba que no ibas a acercarte.


Estuvieron charlando un rato e intentando conocerse dentro de aquellas circunstancias. A él le sorprendió su edad, era algo más pequeña que él pero tampoco lo aparentaba, por eso empezó a restarle importancia pero por si acaso mintió en su edad. Él le recriminaba a ella que fumase tanto, en muy poco rato le había visto fumar varios cigarrillos, algo que aunque no le gustaba, le resultaba atractivo al mismo tiempo. Le dijo que él no fumaba pero que sí solía fumarse un cigarrillo al año, cuando veía que era una ocasión especial y que en ese año aún no había fumado. Ella sacó su cajetilla de Marlboro light y le ofreció uno, él aceptó. Después de encendérselo y darle la primera calada, exhaló el humo hacia arriba observando que el cielo era un mapa de estrellas. La música de su cabeza cada vez sonaba más fuerte que la mierda de la verbena. La noche empezaba a coger otro tono; sonrisas, miradas… “there it was again, perfume” pensaba en su interior. Hasta que su amigo le llamó por teléfono, sus otros amigos querían irse ya y esta vez tenían que volver con ellos. Ella no podía acompañarle, estaba con su familia y tal vez escaparse con aquel chico que acababa de conocer, no era la mejor idea. Decidió acompañarle hacia el coche y en cuanto se apartaron de la muchedumbre, él cogió su mano, le miró y le besó. Fue un beso sentido, apasionado y con la magia de una noche de verano. Se despidieron con más besos hasta que hubo un último. Ella volvió a la fiesta. Él subió al coche y decidió que sería quien conduciría hasta el hotel. El aire entraba por el viejo Mehari descapotable y parecía llevarse las estrellas que quedaban detrás de aquel puerto de montaña. 

domingo, 13 de enero de 2019

Unplugged: Trastero

Lunes:
Por fin se acaba la navidad. Cansado de tener 2 domingos seguidos y de que la gente se despida por la calle como si viviéramos los últimos días antes de un Armaggedon. Vuelvo a Madrid, decido ir a comprarme un capricho para cenar y así luego ver una peli, pero pienso: “antes termina eso en lo que estabas trabajando en el tren”. Termino. Medianoche, la cena fría y la peli por empezar. Al final es lo de siempre.

Martes
Coincido con David Gistau en boxeo, supongo que mi regalo de Reyes llega cuando Carlos dice: David, te pones con Borja. Intento mirar hacia la pared para que nadie note mi alegría. Tras algún fallo y hacerme la broma de que le quiero zurrar porque soy dentista, hablamos de la peli de Silvio (la última de Sorrentino). Vuelvo a casa pensando que yo me retiré a Cerdeña pero no recuperé ningún gobierno, tampoco el de mi vida. Al menos hoy ceno mi pulpo favorito de Madrid.

Miércoles:
Hoy toca trabajar lejos. Como con Juanan, cambiamos de año pero ni una tilde de las bromas de siempre. Todo el mediodía con la broma de “vas a salir pronto” “si, si, descuida”. Minutos más tarde de lo previsto, mensaje de Juanan: At the end it’s the usual”. Corriendo hacia Atocha paso por El Corte Inglés, me quedo pensando unos segundos, Houellebecq estrena la novela del año, si entro a comprarla tengo altas probabilidades de perder el AVE. No me imagino explicando en casa el motivo. 

Jueves:
No hace tanto frío. 
¿Por qué esa puta cebolla roja en el atún?

Viernes:
Hoy el trabajo me permite comer en casa. Es una actividad que se está convirtiendo como ver al Real Madrid, es algo que solo puedo disfrutar de vez en cuando (en Champions) y no todas las semanas. 
Son las 6 y pico de la tarde y parece que tímidamente va alargando el día.

Sábado:
Día de cortarme el pelo. Es algo que haría semanalmente por la narcolepsia que me produce. De hecho procuro elegir bien quién me lo corta, porque aunque viera que me ponen un cazo para cortármelo, no podría ni hablar. Es algo que no puedo evitar. Por la tarde quedo con Álvaro. Me tengo que ir antes de tiempo. Al menos me alegra que sepa el por qué. Hay días que uno no debería salir de la cama. Lo bueno es que solo duran 24h. 

Domingo
Día de relax. Algo anecdótico es que mi madre ha subido fotos antiguas guardadas en el trastero. Tan antiguas que me veo en mis primeras navidades, algunas son fotos que no había visto nunca. En otras, un pelin más mayor, me veo con gomina y casi puedo oler hasta la colonia de Álvarez Gomez. En todas veo la ilusión de mis padres por serlo. Me gusta ver quien fui y en quién quiero convertirme. Voy a tener que salir del trastero más a menudo.



domingo, 30 de septiembre de 2018

Influencer

El otro día me crucé en el ascensor de casa con un vecino algo mayor que yo. Nuestra única conversación fue un educado - ¿a qué piso va?-. Con la “crisis de los 30” amenazando, me tomé estas simples palabras de cortesía, como una señal irrefutable; me hacía mayor.. 

Lo primero que hice al entrar a casa fue mirarme al espejo y comprobar que aún seguía teniendo cara de joven, pero después, me dio por pensar por qué resulta un halago, un síntoma de educación o tal vez algo qué te debería diferenciar de los demás para ser tratado como tal.

Desde joven, he aprendido a base de reprimendas, a tratar a los mayores de usted, como una muestra de respeto al camino que ya habían recorrido en sus vidas. Ese respeto, homenaje o como queramos llamarlo puede deberse a varios motivos.

Una opción podría ser haber conseguido algún mérito por tu trabajo, basicamente algo que haya repercutido positivamente en la vida de los demás, vale desde un cirujano hasta la persona que se encarga de que tu camino de casa al trabajo esté limpio. 
Otra alternativa podría ser la de mantener bien cuidados ciertos pilares como, psíquico, emocional e intelectual, tu aspecto físico... Así de sencillo, al final lo de estar en forma va a resultar lo menos complicado. Podría resumirse en haberte convertido en lo que tu padre considera ser un hombre.

Aquí podríamos poner como una especie de tabla de mandamientos y recomendaciones:

-No vistas, hables o actúes como los demás si no quieres que te traten como a los demás. En un mundo tan superficial como el nuestro, la carta de presentación debe estar bien cuidada.

-Dedícate tiempo a ti mismo. Da igual que sea ir a darte un masaje o salir a correr. Necesitas alejarte de todo para ver que los problemas no son tan grandes como cuando los tienes encima.

-Practica un deporte en el que disfrutes. Si no se te da bien, mejor.

-Sonríe más, algún día necesitarás una de vuelta (por cierto, si necesitas arreglártela...).

-Ser un buen amigo son más que unas copas el fin de semana. Tal vez sea a la vuelta de las copas, cuando el alcohol empieza a soltar la lengua, el momento para estar en tu sitio y aconsejar lo mejor posible a alguien a quien aprecias. 

-Ser exigente está bien si luego eres generoso. El inconformismo a largo plazo no es bueno, te hace no apreciar lo conseguido. 

-Tener paciencia, seguramente ni el sitio más insignificante de Roma se hizo en un día y tus objetivos deben requerirlo.

-La puntualidad es una gran virtud, pero a veces hacer esperar puede recordar a los demás que sin ti no hay mambo. 

-No seas hipócrita, aunque te cueste problemas, tienes mil maneras de decir las cosas (Mourinho tenía razón también en esto).

-Tu palabra es de honor, no de horror.

-Jamás olvides dónde empezaste y dónde quieres acabar. Como me dijeron el otro día: No olvides ir al principio de las cosas.

-En tu lista de música: Ed Sheeran feat Andrea Boccelli > Maluma & cia, aunque si suena Scooby Doo Pa Pa y la situación lo requiere, tendrás que estar a la altura.

-No te avergüences de decirle a una chica lo que sientes por ella.

-Disfruta tanto de una cena en El Babero como de un bocadillo de calamares de El Brillante.

-Aprende a conocerte, a soportarte, te ayudará a hacerlo con otros tan complejos como tú. 

-Comer solo puede ser un placer como hacerlo acompañado, también es una buena oportunidad para convertirte en el mejor cliente del sitio.

-Queda con alguien que te conozca bien y no tenga reparo en decirte lo que estás haciendo mal o haga cuestionarte tu camino. 

Pero sobre todo, vive tu vida a tu manera, disfruta de lo que haces y trata con respeto a los demás, como aquel chico que me llamó de usted sin conocerme. Al final, en la época de los influencers, no nos damos cuenta de que aún sin ser una súper estrella, eres un ejemplo para el resto.


domingo, 26 de agosto de 2018

Mi verano se confiesa a medias

Hoy mi verano -y por ende mi año- llega a su fin. Si, soy de esas personas que mide los años como los cursos del colegio, así que he decidido cobrarme el viaje anual que me regala Renfe para curarme las heridas (aunque sea con Nordés).  ¿Por qué este será especial? Porque son dosis intensas de cosas que me gustan en un periodo que tarda en volver.

Se trata de disfrutar de:

La eterna pelea entre los bañadores de cuerpo y los bikinis, los vestidos, estar en la calle y darte cuenta como Don de que algo vuelve a despertar “there it was again, perfume”, algunos días en Madrid cuando ya no queda nadie, el atardecer desde la azotea del Círculo de Bellas Artes, cenar en tu sitio preferido y decirle al camarero que estás de Rodriguez (aunque vivas solo), los cócteles ligeros, el café con hielo, los partidos del mundial, los zapatos blandos y sin calcetines, las camisas de lino, mi sombrero panamá, estrenar bañador, que anochezca tarde, cenar aún más tarde, salir de trabajar un viernes y escaparse a tu paraíso, la electricidad que sientes al llegar a la costa, las piscinas de agua salada, cuidar el jardín, coger tomates (y creerte agricultor), el gazpacho, las barbacoas y su sobremesa, cualquier sobremesa en general, sacar el Monopoly, los helados (mi heroína), andar descalzo por el césped recién cortado, desayunar en el jardín, desayunar frente al mar, los sitios donde hacen la misma paella que hace 30 años (y siguen poniendo los mismos discos de Julio Iglesias), las siestas de pijama y aire acondicionado o bajo el toldo en la playa, correr al lado del mar, hacer excursiones por playas que no conoces, navegar, pescar, volver a navegar todas las veces que pueda, el sonido del casco sobre el agua, el viento en la cara, la sensación de libertad, creerme Di Caprio en Titanic, bañarme en alta mar, comer en alta mar, dormir en alta mar, las tardes tirado en un pantalán viendo llegar los barcos a puerto, los gofres de al lado del puerto, cenar pizza en un pueblo de Cerdeña bajo cientos de estrellas, vivir Italia y perderte en ella, verte bronceado, salitre en la piel, volver a ver a tu amor platónico (y volver a sentirte aquel niño), aprovechar a leer y escribir, respirar, conducir sin prisa, ir al cine (¿quedan de verano?), bailar canciones que no volverás a escuchar, un día en Barcelona, las tormentas, las bodas, los amigos, las bodas de tus amigos, la puesta de sol en tu sitio secreto, disfrutar de tu familia… y sentirte orgulloso al despedirte de ellos, porque lo que hoy te parece un mundo, ellos llevan haciéndolo toda la vida.


Así que como en una de las ultimas frases que se me ha pegado “Al final es lo de siempre”, contaré los días para que sea verano otra vez, porque por suerte, como cantaba Julio, la vida sigue -y seguirá- igual.


Archipiélago di La Maddalena (Cerdeña, Italia)

domingo, 1 de julio de 2018

The Summerman.

Lunes:

Por fin empieza una semana después de un fin de semana tranquilo. Después de trabajar me toca volver a Madrid. Me encuentro con un conocido en el tren, nos pegamos medio viaje hablando en la cafetería. Al llegar a Madrid me espera JAS en la puerta de mi casa, hemos quedado a ver el (paupérrimo) partido de España. Al final nos salva el VAR. Ojalá todos los lunes fueran así.

Martes:

Tengo la mañana libre, aprovecho para cortarme el pelo y entallarme el traje, salvo la mía, hay unas cuantas bodas a la vista. Después llego tarde a boxeo, Carlos me lo reprocha, pero sabiendo que no es por gusto, me lo compensa. Siempre se las ingenia para ponerme con la misma chica (tiene más esperanzas en mi que yo mismo).

Miércoles:

Lo único bueno de trabajar en Meco es que coincido con Juanan; bromas, confidencias y rituales como un helado hacen de un día random uno que merezca la pena. Salvo cuando le hago esperar a última hora. Trastocarle los planes y tener que ir corriendo a Atocha me hacen preguntarme muchas cosas. 

Jueves:

No hay mucho (en realidad nada) más allá del trabajo. A última hora quedo con mi hermana. Voy a cenar en su casa. Al final estoy tan cansado que me quedo a dormir allí. Prefiero madrugar mañana. 

Viernes:

Una pesadilla me despierta más temprano de lo normal, pero no pasa nada, hoy es un día especial porque me voy a la playa y nada cambiará eso. En un alarde de felicidad decido que voy a ponerme un polo en vez de camisa, es viernes de verano y el cuerpo lo sabe. Con lo que no contaba es que después de salir de casa y andar un rato por la calle, me doy cuenta de que llevo el polo al revés, debía ir a juego con mi cabeza. Al salir del trabajo lo último que quería era coger el coche, luego aprendes que dos horas de conducción merecen la pena cuando ves el mar, es pura electricidad. 

Sábado:

Hacía tiempo que no dormía tan bien. Desayunar frente al mar es uno de esos placeres por los que sería capaz de hacer cualquier cosa. Me animo a escribir unas líneas y empiezo con este diario. Me recuerda al Unplugged de Jabois cuando estaba en El Mundo. No seré tan constante. Por la noche ceno en uno de mis sitios favoritos, aprendo a disfrutar de cosas buenas en dosis pequeñas. Volviendo a casa me doy cuenta de que lo único que reclama mi atención es la luna gigante y de color amarillento, parece sacada de Star Wars. No recuerdo tener muchos problemas.

Domingo:

Vuelvo a desayunar en la terraza. Me pego media mañana en la mecedora. Suena Florence de fondo y descubro que Javier Aznar ha vuelto a escribir, habla del verano (siempre pienso que se me adelanta por muy poco), de sus olores y recuerdos. En él, relata una de mis capitulos favoritos de Mad Men. Es un punto de inflexión para Don y no puedo evitar sentirme reflejado. Me doy cuenta de que tengo ganas de volver a sentir algo así, “there it was again, perfume”Mad Men. The summerman.


Comemos en un chiringuito sin tele, soy consciente de que me voy a perder el partido, tampoco me come la cabeza. Ya de vuelta paramos a comprar un agua, el partido está en el minuto 89 y se me ocurre preguntarle a un hombre que está a punto de ser absorbido por la pantalla si España ha hecho ya todos los cambios. Me dice que no lo está viendo, al ver mis cejas casi en la nuca por mi asombro se explica y me dice: “solo lo estoy viendo por Pique”. Nos merecemos que nos echen y muchas más cosas. Se acaba el mundial para España en los penaltis, esta semana para todos y mi finde en la playa, son cosas que no puedes evitar, como Renfe. Suena la megafonía y nos comentan que estamos parados por avería del tren que nos precede. La gente murmura, hace aspavientos y yo sonrío, será porque aún llevo el bañador puesto. 

miércoles, 20 de diciembre de 2017

No todos los finales son como en Love Actually.

Él, buscaba olvidarse del pasado. Ella no sabemos todavía de que, puede que de su mismo presente o tal vez incluso de nada. Él decidió saber más de ella, la primera vez no se dio cuenta de toda su brillantez porque ni él mismo se lo esperaba. Al tiempo, que es cuando mejor se daba cuenta de todo, decidió saber de ella sin tampoco muchas pretensiones. Nada más quedar con ella, por primera vez, pensó que tenía que causar buena impresión, como quien va a un examen por inercia. Fue conforme fueron pasando las horas (y los cócteles) cuando de repente lo vio claro, aquella no era una ocasión cualquiera, porque ella no era una chica cualquiera. Tuvo una sensación que hacía tanto tiempo que no vivía, que pensó que jamás la volvería a sentir, pero sin esperarlo estaba volviendo a sentirla. No podía parar de hablar pero tampoco de escucharla, embriagado por esa ilusión, por una curiosidad infinita de saber todo de ella y también de no querer dejarse de contarle cualquier detalle que hiciera conocerle un poco mejor. Ya no eran solo sus ojos lo que le magnetizaban a ella. Fueron pasando las horas, lo que empezó siendo un Brunch a las dos del mediodía acabó casi a medianoche y aunque él se fue sin atreverse a besarla, no le importó, porque por fin, había vuelto a creer. 

Siguieron hablando, volvieron a verse, pasearon por el viejo Madrid de los Austrias, había luces de Navidad, un tiovivo frente al Palacio Real y unas ganas inmensas de parar el tiempo para quedarse ahí mismo a vivir eternamente o como cuando estuvieron en uno de los salones del Only You. Como un eterno y maldito Deja Vu, él no volvió a atreverse a besarla, su miedo a perderla por su falta de confianza volvía a pasarle una mala jugada. Pero no importaba, el momento era tan bueno que había excusa para volverse a ver al día siguiente. Efectivamente se volvieron a ver. El, todavía con sus dudas de cómo ejecutaría su valiente plan solo dejaba pasar el tiempo observándole, escuchándole e intentando hacerle reír porque era su mejor recompensa. Hubo un momento en el que, él, escuchó una canción de un artista que les gustaba a los dos, se lo dijo a ella sin recordar exactamente qué canción era, y ella, con toda la calma del mundo entre tanto bullicio por la gente del lugar dijo: ah si, ahora viene lo de "I would call you up every Sunday night...", fue ahí, en ese preciso instante cuando supo que no podía dejarle escapar. Cualquiera le tomaría por loco por ver extraordinario que se supiera una canción en inglés y él, pese a ser fan de ese cantante no. No amigo, no era una canción cualquiera, aquello era la señal más grande que había visto para saber que era única. Que todo aquello que decía que no existía y rendido ya a encontrarlo, estaba delante de sus narices.

 Después de eso no podía echarse atrás, no podía ocultarle lo que sentía por ella. Su miedo al fracaso y su falta de confianza ya no podían jugarle una mala pasada. Y pese a tener auténtico pánico, como quién se juega una temporada en el último penalti del minuto 120, decidió decírselo de palabra, entre balbuceos, palpitaciones y con un taxista en el asiento de delante. Ella sonrió, le acarició la cara y se despidió con el beso más tímido que nadie había recibido jamás.