lunes, 8 de julio de 2019

La isla

Nada más llegar al hotel donde se celebraba el curso, se acercó a saludar a la persona que le había invitado y también aprovechó para saludar a la ponente. Cruzaron algunas palabras hasta que fue entrando más gente. En ese momento aprovechó para servirse un café. Sabía que el día iba a ser largo. El curso fue bien, tenía interés en que así fuera y en las pausas, donde todo el mundo aprovecha para sacar a relucir sus logros profesionales, él se limitó a hacer como que les escuchaba. Una vez agotado el tema profesional llegaban las típicas preguntas :

  • ¿Qué vas a hacer este finde? 

Fue entonces cuando él, con simpleza, como si fuera algo cotidiano contestó:

  • Formentera” 

En ese momento es como si un técnico del hotel hubiera subido la intensidad de los focos y apuntase hacia él. Por dentro sonaban tambores de playa, por fuera aprovechaba para darle un sorbo a su segundo café. 

Horas más tarde comenzaba el viaje. Conocía todo el paisaje que llegaba a alcanzar a través de la ventana. Solo con mirar sabía si el tren iba puntual o podía llegar con retraso. Estaba algo nervioso, había sido una semana dura, pero sobre todo eran los nervios porque esta vez sabía que su viaje no acababa ahí., ciertos compromisos y casualidades hicieron que esos tres días quedasen ocupados en la agenda de su móvil con un “Formentera”. Al llegar a Madrid pudo observar el mismo caos de siempre, coches pitando, pero esta vez algo menos, había el mismo caos de siempre con un poco más de orden. Aprovechó para visitar a su padre, tomaron algo y decidió comprar algo de cena, pues el viaje solo había hecho que comenzar y sabía que llegaría tarde a la isla, si no mataba el hambre, al menos sería al tiempo.

En el aeropuerto se dio cuenta de que tuvo un choque de sensaciones, por un lado le hacía gracia ver a gente de cualquier parte del mundo, desde alguno que podría pasar por un futbolista, hasta un monje tibetano, pero por otro lado agradecía no tener que viajar frecuentemente en avión, odiaba tener que estar esperando, ya fuera en un aeropuerto o en una estación de metro. Una vez llegado al avión se acomodó y como siempre, se fijó en quienes eran sus compañeros de viaje. Nadie parecía primerizo, todos hablaban de los planes que tenían por delante durante todo el fin de semana y parecían tener barco o servicio esperándoles. Él sabía que no le esperaría un Mercedes a su llegada, solo guardaba incertidumbre por lo que estaba por llegar. Sacó el libro que leía en ese momento para disimularla. El libro era de un conocido suyo que contaba historias de aquella gente que pasó por el Madrid de los 80 y 90, pero que al final no se diferenciaban tanto de los de la época actual. La gente no cambia tanto en esencia, los pecados siguen siendo los mismos, salvo que con menos clase. El libro le hizo distraerse, sentirse protagonista por un rato. Hacía tiempo que no le tocaba ventanilla de modo que, de vez en cuando, miraba como para supervisar cómo iba el viaje. Mientras aun estaba en la península, se preguntó como sería la vida de aquellos pueblos que se veían tan pequeños y sobretodo tan aislados de cualquier núcleo de civilización decente. Se acordó de cuando su personaje favorito de ficción decidió perderse por la America profunda en busca del sentido de su vida y de paso, del anuncio que le consagraría como uno de los mejores creativos de todos los tiempos. Ojalá atreverse a hacer lo mismo, sin avisar a nadie, levantarte un día dejar todo sin acabar ni apagar, para poder salir del bucle y ya de paso, del rebaño. Después de pensar en todo eso, ya estaba prácticamente llegando a Ibiza. Todavía era de día, pero en el lado Este de la isla, ya no llegaban los últimos rayos de Sol y se podían observar las primeras luces artificiales de las casas más pegadas a la costa. Era fácil imaginarse en una casa de lujo viendo como el día llegaba a su fin. Aunque si hubiera podido elegir, se cambiaría por cualquiera de los veleros que estaban fondeados frente a la costa, aquellos barcos no tendrían las comodidades de una gran villa, pero podrían presumir de estar dentro del cuadro. Durante la aproximación, observó como un torbellino en el agua, era como si de repente el mar se hubiera tragado un barco ¿era real o simplemente imaginaciones? Al no ver ningún barco auxiliando lo achacó a algún fenómeno desconocido para él, resultaba más fácil eso que asociarlo a una señal de aviso de las que su conciencia le daba de vez en cuando. 
A la mañana siguiente le despertó el sol a una hora bastante temprana y mientras intentaba volver a dormir, escuchaba una música que provenía de la habitación de al lado. Si no era Ibiza, ¿por qué tenía que parecerlo? Después de desperezarse mientras veía la marisma frente a la habitación y desesperarse de que en el paraíso tampoco iba a descansar, bajó a desayunar. Un desayuno de bar cutre, servido a ritmo isleño y cobrado como si fuera el Ritz. Ya era la segunda mala experiencia del día, por suerte su hermana, decidió que allá donde fueres, haz lo que vieres, así que alquiló un viejo Mehari para moverse por la isla. Tan viejo que la puerta del conductor o no abría o se abría en marcha.

-Oye tío, que esta puerta no se puede abrir.
-No hay cristales, puedes saltar por encima.

El italiano que se lo alquiló le restaba importancia a todo como diciendole “aquí no existen los problemas”. Tras varios kilometros y algún susto, consiguió hacerse con el manejo del coche. Aprovecharon para visitar alguna playa cercana, él, incapaz de estar un rato quieto bajo el sol, decidió dar un paseo. Tan solo playa, algunos turistas intentando broncearse en la orilla y al otro lado barcos que llegaban para pasar el día. Horas más tarde, después de comer, fue a ver a Ferdinand, un buen amigo que también estaba allí ese mismo fin de semana. Pudo quedarse en el hotel esperando a que le recogiera, pero pensó que su 2% de batería en el móvil y el viejo Mehari podrían darle algo de emoción a la aventura que buscaba correr. Por suerte para él, llego sin problema hasta el otro lado de la isla donde se encontraba su amigo. Tomaron algo en un pequeño chiringuito mientras se ponían al día viendo cómo las olas morían en la playa. 

Al poco rato y por muy bonitas que fueran las vistas, ambos deseaban marcharse, pues sabían que el plato fuerte empezaba a coger ritmo en Beso Beach. Él no había estado nunca, pero solo había oído hablar maravillas de allí. Será por eso que cuando llegaron ya había cola para entrar; hubo una situación que le resultó familiar, la de porteros de discochiringuito (en este caso) que ostentaban un poder parecido al de un rey en plena edad medieval. Ellos decidían quién entraba y quién esperaba, chicas guapas que llegaban y les saludaban con un beso en una mejilla mientras acariciaban la otra. Él se acordó de aquella vieja frase “Todo se trata de sexo, excepto el sexo. El sexo se trata de poder” Pasado el rato consiguieron entrar, desinhibirse con las copas y sentirse como si estuvieran en una de las mejores discotecas de Madrid pero sobre arena y con el sol poniéndose detrás de los barcos. Charlaron con gente que ya conocían y pululaba por allí, también con otras desconocidas pero la situación no daba para mucho más. Allí se iba a bailar, beber y ser visto. Cosas del poder. Cuando cerraron, huérfanos de compañía y embriagados por la cantidad de alcohol que habían ingerido, pensaron que ese no podía ser el final. Marcharon a cenar una pizza o algo de aspecto parecido, nada como la mierda para tapar más mierda pensó él, que es como cuando te duele una mano y te dicen que te golpees la pierna para que te deje de doler la primera. Una vez algo más sobrios se pusieron en camino de la Flower Power, al parecer era una fiesta típica de allí -de estética y espíritu hippie- que se realizaba solo tres veces durante el verano. Para llegar tuvieron que cruzar toda la isla en coche, esta vez el camino llevaba por un pequeño puerto de montaña que solo hacía que aumentar las expectativas de lo que encontrarían allí. Nada más llegar al pueblo, pensaron que el trozo de pizza no estaba siendo suficiente como para poder aparentar normalidad y fueron al puesto de bocatas:

-Ponganos dos de lomo, bacon y queso, por favor.
-¡Dos completos para los chicos!

Después de devorarlo como si fuera el deposito de su viejo Mehari, se dirigieron hacia el meollo de la fiesta. Él, empezó a ser consciente antes que su amigo de la mierda de fiesta en la que se encontraban. Miraba a su alrededor y por mucho que buscase, no encontraba nada que le resultase cercano a diversión. Solo había gente mayor o chicas feas, a su lado había un marroquí grabando la fiesta como si estuvieran en los Hamptons, pero para ellos dos era como una verbena de pueblo de la meseta. Ferdinand aún no conseguía que el bocadillo le equilibrase su pH alcoholico y empezaba a desesperarse, fue ahí cuando él, en un momento desesperado por encontrar una salida, la encontró. Eran los ojos de una chica que si estaba pasándoselo bien, sus ojos parecían albergar un misterio y le resultaban totalmente hipnóticos. Ferdinand, al darse cuenta, le animó a acercarse, él lo rechazó en un primer momento, siempre le había costado romper el hielo en ese tipo de situaciones. Su amigo le hizo el favor oportuno, se enfadó con él y le dejó solo ante el peligro. Al no quedarle más remedio, se acercó a ella y se presentó. 

-Hola, ¿qué tal?
-Bien, ¿y tú? Ya pensaba que no ibas a acercarte.


Estuvieron charlando un rato e intentando conocerse dentro de aquellas circunstancias. A él le sorprendió su edad, era algo más pequeña que él pero tampoco lo aparentaba, por eso empezó a restarle importancia pero por si acaso mintió en su edad. Él le recriminaba a ella que fumase tanto, en muy poco rato le había visto fumar varios cigarrillos, algo que aunque no le gustaba, le resultaba atractivo al mismo tiempo. Le dijo que él no fumaba pero que sí solía fumarse un cigarrillo al año, cuando veía que era una ocasión especial y que en ese año aún no había fumado. Ella sacó su cajetilla de Marlboro light y le ofreció uno, él aceptó. Después de encendérselo y darle la primera calada, exhaló el humo hacia arriba observando que el cielo era un mapa de estrellas. La música de su cabeza cada vez sonaba más fuerte que la mierda de la verbena. La noche empezaba a coger otro tono; sonrisas, miradas… “there it was again, perfume” pensaba en su interior. Hasta que su amigo le llamó por teléfono, sus otros amigos querían irse ya y esta vez tenían que volver con ellos. Ella no podía acompañarle, estaba con su familia y tal vez escaparse con aquel chico que acababa de conocer, no era la mejor idea. Decidió acompañarle hacia el coche y en cuanto se apartaron de la muchedumbre, él cogió su mano, le miró y le besó. Fue un beso sentido, apasionado y con la magia de una noche de verano. Se despidieron con más besos hasta que hubo un último. Ella volvió a la fiesta. Él subió al coche y decidió que sería quien conduciría hasta el hotel. El aire entraba por el viejo Mehari descapotable y parecía llevarse las estrellas que quedaban detrás de aquel puerto de montaña. 

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